Refugiados, Sarainés Kasdan

Ivan Milev

Eran dos, gobernaban el mundo y el cielo era su Patria. Pero algo sucedió- una falta, una descuido- y tuvieron que huir y buscar refugio en otra parte.
Fueron almas errantes y, más tarde, también sus hijos y los hijos de sus hijos, refugiados permanentes, despojados de la que fue la tierra materna y el paraíso original.
Desde entonces, cada uno de nosotros ha entrado en este universo como en una ciudad extranjera de la que no formaba parte en absoluto, y una vez entrado en él ha sido huésped de paso hasta que no haya recorrido de punta a punta la duración de vida que le ha sido atribuida.
Sólo Dios, hablando rigurosamente, es un ciudadano.
El resto deambula, deambulamos.
Vivimos todos en un mundo ancho y ajeno, y sin embargo, percibimos al extraño como un criminal abyecto hasta que no demuestre lo contrario. Mientras tanto, lo evitamos.
El refugiado es aquel cuyo amor está en otra parte, no en nuestro feudo, no por nuestra familia. No lo queremos.
El suyo no es un amor que nos pertenezca. No es nuestro su corazón. Se lo arrancamos.
– «¿A quién quieres más, hombre enigmático? (pregunta el poeta Baudelaire), ¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano… a tus amigos…, a tu patria… a la belleza… al oro? ¿A quién quieres, pues, extranjero extraordinario?

– Yo amo a las nubes, (responde el extranjero), a las nubes que pasan… a lo lejos… ¡a las maravillosas nubes!».
Finalmente todos somos extranjeros, todos somos nubes ambulantes que deseamos lo mismo: encontrar el camino a la casa que perdimos.

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