Sobre el examen de la conciencia, Séneca


Necesario es amoldar nuestros sentidos, endurecerlos, acomodarlos a todo; la naturaleza los ha formado para sufrir. Quien los desnaturaliza y los corrompe es nuestra alma; por eso cada día hemos de pedirle cuenta de sus obras. Así lo hacía Sextio: al final de cada jornada, recogido ya en su dormitorio interrogaba a su alma: ¿de qué defecto te has curado hoy?
¿De cuál vicio te has curado? ¿Qué tentación has vencido?
¿En qué te has hecho mejor? La ira cesará o a lo menos se moderará si sabe que cada día comparecerá delante de su juez en el tribunal.
Hermosa costumbre de hacer todos los días un examen de todas nuestras acciones. ¡Qué tranquila se queda el alma que ha recibido su parte de elogio o censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma, informa secretamente! Esa es mi regla: diariamente me cito a comparecer ante mi tribunal. En cuanto se queda a oscuras mi aposento y mi mujer, que sabe mi costumbre, guarda silencio por respeto al mío, comienzo la inspección de la jornada entera, pienso en todos mis actos, repaso mis discursos.
No disfrazo, no adultero nada, no olvido cosa alguna.
¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis faltas, cuando puedo decirme: no vuelvas hacerlo, por esta vez te perdono? Y reconozco la actitud que he puesto en algunas discusiones, la inutilidad de discutir con la ignorancia, que nada quiere aprender porque nada ha aprendido; las advertencias inoportunas que no he podido hacer, pues no he corregido y he molestado. Y me digo: ten cuidado otra vez, teniendo en cuenta más que la voluntad de tus consejos el estado de ánimo del que tal vez no esté en disposición de resistir la verdad.
El hombre de bien gusta de ser amonestado; pero los más reprensibles son precisamente los que se enfadan por las reprensiones y aún más por las ligeras críticas

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