El mensaje, Ángel Olgoso

El mensaje

Cundió la alarma. El peligro que se cernía ahora sobre la humanidad había partido del corazón de la misma, diseminándose lentamente a través del planeta. Se apreciaban ya los primeros estragos, confirmación de su avance apocalíptico. Las esperanzas se veían ahogadas por un temor y un desánimo generales. Los poderosos, antaño remotos y ruines, se removieron en sus triclinios y acordaron luchar unidos contra aquella afrenta propia. Responsables altamente cualificados de todos los países intentaron conjurar el peligro con propuestas extravagantes. Ninguna fue refrendada: hacían soñar al hombre con una inverosímil salvación y luego se desvanecían en lágrimas. Alguien, al investigar en los archivos, sugirió el Alfabeto Arquitectónico de Steingruber de 1773; esto es, modelos de edificios basados en las diferentes letras del alfabeto latino, construcciones parlantes, ciudades legibles desde el aire. Una humanidad frágil y angustiada hizo suya esta estrategia contra el destino, resuelta a demorar al menos la extinción masiva. Se organizaron grupos de acción. Pese a la dificultad de la empresa, se levantaron por todo el mundo, a distancias regulares, nuevas y formidables edificaciones que reproducían nítidamente las siglas escogidas. Sabedores que de la suma de aquellas construcciones dependía en gran medida su supervivencia como especie, el esfuerzo fue unánime. Si hoy, desde las alturas, un centinela celestial contemplara con detenimiento las viviendas de los hombres, le sería ofrecido el peculiar espectáculo de formaciones arquitectónicas en las que podría leer este mensaje desesperado, ubicuo, repetido millares de veces: “S.O.S.”, “S.O.S.”, “S.O.S.”…

.