La fea durmiente, Patricia Esteban Erles

La fea durmiente no se despierta. Lleva diez años sumida en un coma profundo, y eso a pesar de los quince príncipes a sueldo que han viajado desde los cinco continentes, abandonando sus castillos en ruinas para besarla. La fea durmiente está llena de moratones porque sus príncipes despertadores la zarandean sin piedad y le dan de bofetadas en cuanto la enfermera sale de la habitación. Pero la fea durmiente no hace ni caso. Ni caso. La ternura falla, la brutalidad también, no hay en el mundo beso ni golpe que pueda traerla de vuelta. Sus ojos de insecto permanecen cerrados a cal y canto, han dejado de importarle esos granos del rostro, fósiles de una juventud amarga, y sus pies enormes descansan ya, serenos como hipopótamos hundidos en la siesta de un pantano, liberados para siempre de las chinelas. No. La fea durmiente no tiene ninguna prisa por volver. Para qué, si lleva diez años soñando que es la más bella del baile, y que está despierta, allá, al otro lado.

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