Retrato de un hombre sentándose a la mesa, Gustavo Mejía

Carl H. Bloch

Entonces, señor, después de la oficina y el bus de hora y media y la cerveza en la tienda de la esquina, después de caminar despacio mirando las muchachas por la calle de su barrio, usted llega a su casa donde tampoco lo esperan ni su mujer ni sus muchachos, y se tira encima de la cama a esperar que le acaben de preparar la sopa, y piensa en la vida cómo se le va pasando casi en silencio, como haciéndose el pendejo, con miedo pánico de darse cuenta.

Y luego, amigo, lo llama su mujer con una voz de como si usted no estuviera por ahí, porque según cuentas ya se le está enfriando el caldo Maggi. Y no hay otra sino pararse despacito y caminar arrastrando las pantuflas, sentarse a la mesa sin mirar a la vieja a quien usted ya casi nada tiene que decirle porque ella no sabe hablarle de otra cosa que de deudas y facturas, y apenas aguantarse el alboroto de los cuatro muchachitos que lo enervan. Usted, por un segundo, deja de comer y apoya con fuerza la frente contra las dos manos, suspirando.

Y es aquí, hermanito, cuando usted lo entiende todo claritico y sabe mejor que nadie que esta vida así no es vida para nadie y que sería mejor arreglar toda esta puta mierda antes que se nos acabe el tiempo.

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