El escuerzo, Leopoldo Lugones

 José Reynaldo da Fonseca

Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde habtaba la familia, di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas. Horrorizábanme los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía. Así es que el pequeño y obstinado reptil no tardó en sucumbir a los golpes de mis piedras. Como todos los muchachos criados en la vida semi-campestre de nuestras ciudades de provin­cia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa estaba situa­da cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual contribuía a au­mentar la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos detalles, para que se comprenda bien cómo me sorprendí al notar que el atrabiliario sapito me era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi víctima con toda la precaución del caso, fui a preguntar por ella a la vieja criada, confi­dente de mis primeras empresas de cazador. Tenía yo ocho años y ella sesenta. El asunto había, pues, de interesarnos a ambos. La bue­na mujer estaba, como de costumbre, sentada a la puerta de la coci­na, y yo esperaba ver acogido mi relato con la acostumbrada bene­volencia, cuando apenas hube empezado, la vi levantarse apresura­damente y arrebatarme de las manos el despanzurrado animalejo.
–¡Gracias a Dios que no lo hayas dejado! –exclamó con mues­tras de la mayor alegría–. En este mismo instante vamos a quemarlo.
–Quemarlo? –dije yo–; pero qué va a hacer, si ya está muerto…
–¿No sabes que es un escuerzo –replicó en tono misterioso mi interlocutora– y que este animalito resucita si no lo queman? ¡Quién te mandó matarlo! ¡Eso habías de sacar el fin con tus pe­dradas! Ahora voy a contarte lo que le pasó al hijo de mi amiga la finada Antonia, que en paz descanse.
Mientras hablaba, había recogido y encendido algunas astillas sobre las cuales puso el cadáver del escuerzo.
¡Un escuerzo! decía yo, aterrado bajo mi piel de muchacho travieso; i un escuerzo! Y sacudía los dedos como si el frío del sapo se me hubiera pegado a ellos. ¡Un sapo resucitado! Era para en­friarle la médula a un hombre de barba entera.
–¿Pero usted piensa contarnos una nueva batracomiomaquía? –interrumpió aquí Julia con el amable desenfado de su coquetería de treinta años.
–De ningún modo, señorita. Es una historia que ha pasado. Julia sonrió.
–No puede usted figurarse cuánto deseo conocerla…
–Será usted complacida, tanto más cuanto que tengo le pre­tensión de vengarme con ella de su sonrisa. Así, pues –proseguí–, mientras se asaba mi fatídica pieza de caza, le vieja criada hilvanó su narración que es como sigue:
Antonia, su amiga, viuda de un soldado, vivía con el hijo único que había tenido de él, en una casita muy pobre, distante de toda población. El muchacho trabajaba para ambos, cortando madera en el vecino bosque, y así pasaban año tras año, haciendo a pie la jorna­da de la vida. Un día volvió, como de costumbre, por la tarde, para tomar su mate, alegre, sano, vigoroso, con su hacha al hombro. Y mientras lo hacía, refirió a su madre que en la raíz de cierto árbol muy viejo había encontrado un escuerzo, al cual no le valieron hin­chazones para quedar hecho una tortilla bajo el ojo de su hacha.
La pobre vieja se llenó de aflicción al escucharlo, pidiéndole que por favor la acompañara al sitio, para quemar el cadáver del animal.
–Has de saber –le dijo– que el escuerzo no perdona jamás al que lo ofende. Si no lo queman, resucita, sigue el rastro de su matador y no descansa hasta que pueda hacer con él otro tanto.
El buen muchacho rió grandemente del cuento, intentando convencer a la pobre vieja de que aquello era una paparruchada buena para asustar chicos molestos, pero indigna de preocupar a una persona de cierta reflexión. Ella insistió, sin embargo, en que la acompañara a quemar los restos del animal.
Inútil fue toda broma, toda indicación sobre lo distante delsitio, sobre el daño que podía causarle, siendo ya tan vieja, el sere­no de aquella tarde de noviembre. A toda costa quiso ir y él tuvo que decidirse a acompañarla.
No era tan distante; unas seis cuadras a lo más. Fácilmente dieron con el árbol recién cortado, pero por más que hurgaron entre las astillas y las ramas desprendidas, el cadáver del escuerzo no apareció.
–¿No te lo dije? –exclamó ella echándose a llorar–; ya se ha ido; ahora ya no tiene remedio esto. ¡Mi padre San Antonio te ampare!
–Pero qué tontera, afligirse así. Se lo habrán llevado las hormi­gas o lo comería algún zorro hambriento. ¡Habráse visto extrava­gancia, llorar por un sapo! Lo mejor es volver, que ya viene ano­checiendo y la humedad de los pastos es dañosa.
Regresaron, pues, a la casita, ella siempre llorosa, él procuran­do distraerla con detalles sobre el maizal que prometía buena co­secha si seguía lloviendo; hasta volver de nuevo a las bromas y risas en presencia de su obstinada tristeza. Era casi de noche cuan­do llegaron. Después de un registro minucioso por todos los rin­cones, que excitó de nuevo la risa del muchacho, comieron en el patio, silenciosamente, a la luz de la luna, y ya se disponía él a tenderse sobre su montura para dormir, cuando Antonia le supli­có que por aquella noche siquiera, consintiese en encerrarse den­tro de una caja de madera que poseía y dormir allí.
La protesta contra semejante petición fue viva. Estaba chocha, la pobre, no había duda. ¡A quién se le ocurría pensar en hacerlo dormir, con aquel calor, dentro de una caja que seguramente esta­ría llena de sabandijas!
Pero tales fueron las súplicas de la anciana que, como el mu­chacho la quería tanto, decidió acceder a semejante capricho. La caja era grande, y aunque un poco encogido, no estaría del todo mal. Con gran solicitud fue arreglada en el fondo la cama, metióse él adentro, y la triste viuda tomó asiento al lado del mueble, deci­dida a pasar la noche en vela para cerrarlo apenas hubiera la menor señal de peligro.
Calculaba ella que sería la medianoche, pues la luna muy baja empezaba a bañar con su luz el aposento, cuando de repente un bultito negro, casi imperceptible, saltó sobre el dintel de la puerta que no se había cerrado por efecto del gran calor. Antonia se estre­meció de angustia.
Allí estaba, pues, el vengativo animal, sentado sobre las patas traseras, como meditando un plan. ¡Qué mal había hecho el joven en reírse! Aquella figurita lúgubre, inmóvil en la puerta llena de luna, se agrandaba extraordinariamente, tomaba proporciones de monstruo. ¿Pero, si no era más que uno de los tantos sapos fami­liares que entraban cada noche a la casa en busca de insectos? Un momento respiró, sostenida por esta idea. Mas el escuerzo dio de pronto un saltito, después otro, en dirección a la caja. Su inten­ción era manifiesta. No se apresuraba, como si estuviera seguro de su presa. Antonia miró con indecible expresión de terror a su hijo; dormía, vencido por el sueño, respirando acompasadamente.
Entonces, con mano inquieta, dejó caer sin hacer ruido la tapa del pesado mueble. El animal no se detenía. Seguía saltando. Esta­ba ya al pie de la caja. Rodeóla pausadamente, se detuvo en uno de los ángulos, y de súbito, con un salto increíble en su pequeña talla, se plantó sobre la tapa.
Antonia no se atrevió a hacer el menor movimiento. Toda su vida se había concentrado en sus ojos.
La luna bañaba ahora enteramente la pieza. Y he aquí lo que sucedió: el sapo comenzó a hincharse por grados, aumentó, au­mentó de una manera prodigiosa, hasta triplicar su volumen. Per­maneció así durante un minuto, en que la pobre mujer sintió pa­sar por su corazón todos los ahogos de la muerte. Después fue reduciéndose, reduciéndose hasta recobrar su primitiva forma, saltó a tierra, se dirigió a la puerta y atravesando el patio acabó por per­derse entre las hierbas.
Entonces se atrevió Antonia a levantarse, toda temblorosa. Con un violento ademán abrió de par en par la caja. Lo que sintió fue de tal modo horrible, que a los pocos meses murió víctima del espanto que le produjo.
Un frío mortal salía del mueble abierto, y el muchacho estaba helado y rígido bajo la triste luz en que la luna amortajaba aquel despojo sepulcral, hecho piedra ya bajo un inexplicable baño de escarcha.

25 comentarios en “El escuerzo, Leopoldo Lugones

  1. El capricho de la anciana se atribuye a que el sapo mal herido regresara a tomar venganza asía su agresor. El hambre de venganza que el sapo tiene consigo es alimentada por lo que aquella mala persona le hiso. El pobre inocente sapo, en mi punto de vista, fue irrespetado porque lo hirieron y no acabaron con su pobre y desafortunadamente vida. Además la anciana estaba preocupada por la venganza que caería sobre su protegido; la horrible venganza de que el agresor se convertiría en piedra y desafortunadamente se quedaría sola.

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  2. Lo que se atribuye el capricho de la anciana es que los niños ya no sigan matando o pegandoles con piedras a los escuerzos. Ella les echa una broma para que ellos sepan que no es bueno matar a animales inocentes. Ella les dice que el escuerzo no esta muerto y que lo tienen que quemar y los niños no les gusta eso. Entonces ella ya cuando lo va a poner les dice que es una broma y que ellos viven que nomas es una característica para sobrevivir. Luego los niños se sienten mal de hacerle eso a los escuerzos.

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  3. la anciana quería proteger a su hijo, ella si creía que el escuerzo le iba a hacer daño, el muchacho fue muy ignorante al no creerle a su madre alo mejor si le hubiera hecho caso no le habreia pasado nada . La anciana hizo lo que pudo por el muchacho pero hay cosas que no se pueden corregir como la muerte el escuerzo no perdona y por eso convirtió al muchacho en piedra.

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  4. EL CAPRICHO DE LA ANCIANA ATRIBUYEN A QUE LOS NINOS YA NO MATEN A LOS ESCUERZOS POR QUE VAN A REVIVIR Y LOS VAN A BUSCAR PARA DARLES UN GRAN SUSTO Y QUE SE MUERAN DESPUES DE ESPANTO ACAUSA DEL SUSTO QUE EL ESCURZO LES CAUSA. EN ESTA LEYENDA LA ANCIANA LES CUENTA LA HISTORIA DE UN MUCHACHO QUE ENCONTRO A UN ESCUERZO BAJO UN ARBOL Y LO APLASTO COMO UNA TORTILLA Y SE REGRESO A LA CASA Y LE CONTO A SU MAMA Y REGRESARON AVER SI TODAVIA ESTABA AHI Y CUANDO REGRESARON YA NO AVIA NADA Y LUEGO ESE DIA EN LA NOCHE EL ESCUERZO ESTAVA EN SU CASA DEL MUCHACHO Y LE PEGO UN GRADE SUSTO PERO NO LE PASO NADA EN ESE MOMENTO ASTA MESES DESPUES QUE SE MURIO VICTIMA AL SUSTO QUE LE PRODUJO EL ESCURZO.

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  5. El capricho de la anciana fue que tenia que quemar el escuerzo porque si no iba a resusitar y matar al que abia tratado de matartlo. Cuando fueron para tras el escuerzo ya se abia hido. En la noche la anciana le pidio al joven que dormiera en una caja. Pero asi ni todos modos el joven estaba helado y rigido al dia sigiente porque el escuerzo abia buelto para vengarse. Esto significa que si era cierto de que el escuerzo resusitava y benia a matarlo, al que habia tratado de matarlo. La anciana trato de advertirle. esto atribuye a la otra anciana que el joven de ocho anos, de como le lleba el sapo a la viejita para que le diguiera que era. La viejita le dice que ahy que quemarlo. porque sino ba a pasar lo que le paso al joven del cuento que le cuenta.

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  6. El capricho de la anciana atribuye al saber que algo malo puede pasar si no queman al sapo despues de lastimarlo. La anciana no deseaba que nada malo le pasara a su hijo. En cambio su hijo pensaba que todo lo que su madre le habia dicho era una broma, pero la anicana lloraba mucho y le hizo caso en meterse en una caja de madera para que el sapo no le hiciera daño. En otras palabras, yo pienso que la anciana dio su vida por la de su hijo.

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  7. El capricho de la anciana atribuye que la anciana les suplico tanto de que deberian quemar al sapo porque podria resusitar y le pasaria lo mismo que le paso al hijo de su amiga antonia

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  8. El capricho de la anciana atribuye a que todos los sapos llamados escuerzos tenia que ser quemados porque si nada mas eran matados ya sea a un pisón o a pedradas no moría. El sapo regresaba a matar de alguna manera a su víctima. Y la pobre anciana no quería que el niño fuera la víctima de el sapo «escuerzo». Por eso la anciana insistía en quemar el sapo.

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  9. primero que nada el capricho de la anciana atribuye a que ella no le gusten los escuerzos. poreso la anciana quiso quemar el escuerzo muerto que traia el chamaco de 8 anos. Otra cosa es ella talves le conto el cuento sobre la anciana y su hijo que se murieron por culpa de un escuerzo para que el chamaco se asustara y no lastimara a ninguno mas. Talvez esto sirbira para cada vez que el chamaco quisiera danar un escuerzo piense en lo que le conto la anciana sobre el la ancian ay su hijo.final mente la senora logro asustar al chamaco con el cuento de la anciana y el hijo y cuano lastime a uno tiene que quemarlo para que no regrese por venganza.

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  10. LOS CAPRICHOS DE LA ANCIANA FUERON QUE ELLA QUERIA QUEMAR AL SAPO Y EL MUCHACHO NO ENTENDIA PORQUE TENIA QUE HACER ESO. PERO LO QUE NO ENTIENDO ES, PORQUE ESTABA SENTADA ESPERANDO AL SAPO.

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  11. La anciana le pide al muchacho que se quede a dormir dentro de la caja porque tiene miedo que le pase lo mismo que le paso al hijo de Antonia. El hijo de Antonia murió por el escuerzo. Como el muchacho se había reído del escuerzo, el escuerzo regreso y lo mato. El animal había aparecido y se agrandaba mas con cada minuto que pasaba. Después, había empezado a saltar, hasta que logro entrar en donde se encontraba el hijo de Antonia. El hijo de Antonia se encontraba dormido, vencido por el sueño e inconsciente de nada. Entonces entro el animal y mato al hijo. Antonia no podía moverse. Poco después, ella también murió por el susto. La anciana le pidió al muchacho que se durmiera en la caja de madera para que el sapo no regresara a matarlo. Era tanto el cariño que le tenía el joven a la pobre anciana que accedió a su petición.

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  12. Que aunque la anciana quizo quemar el escuerzo no pudo por que si lo mataba hiba a tirar su resucita y puede ser muy malo. Con lo que le dijo al niño , el niño le creo por que no creia que un pobre escuerzo pudieran ser grandementes fuertes.

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  13. el capricho de la anciana es que el pequeño chaval queme al escuerzo por dos cosas : 1ra porque era viuda y era su unico hijo y dos porque resusitaba y luego matava a su agresor, pero no tengan miedo, son puras macanas , yo un dia con un amigo matamos un sapo a cuchilladas , lo dejamos tres dias en el patio y nunca paso nada un saludo a todos

    juan

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  14. DEBEMOS RESPETAR A LOS ANIMALES COMO SERES VIVOS QUE SON AUNQUE SU APARIENCIA SEA FEA SON MUY UTILES AL PLANETA Y NO DEBEMOS MATARLOS.

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